No nos engañemos, la fotografía ha dejado de ser un asunto mágico y, cuando se pierde la magia, el arte se resiente, y nuestra vida, más. Si no, que se lo pregunten a los pintores de Altamira.
El Prosumo (Progreso=Consumo) de nuestro industrial y bursátil mundo de hoy -y el que nos espera- ha obrado el supuesto milagro. Cualquier humano puede hacer una foto sin tener ni pajolera idea de fotografía. Se acabó esa terrible dependencia de los diafragmas, la obturación, la sensiblidad de película, los botones, las palanquitas inexplicables y demás artilugios y conocimientos. Sólo hay que apretar el botón. Seguro que sale el muñeco o el paisaje deseados. La cámara lo hace por nosotros. La cámara sabe, decide, es inteligente. ¿Y el usuario? ¿No estará siendo usado?
Miles de fotos ocupan nuestros archivos, fotos que en realidad no hemos hecho, sobre las que no volveremos, porque hemos disparado sin observar, sin pensar en la imagen que hay más allá del objetivo. De la reflexión al impulso acumulativo, del cuidado técnico-estético al amontonamiento de imágenes sin más. La mayoría, feas, inútiles y ajenas; la mayoría, estériles para el recuerdo.
Adiós al icóno mágico, al conocimiento y al arte. Adiós a esa foto que llevábamos en la cartera como un tesoro, como si la persona representada fuera casi de carne y hueso. Poco a poco se aleja el besar la foto y el amor en forma de hijo, pareja o ancestro. Besar un pen drive es cosa difícil, a no ser que llevemos una agendita digital. Pero no olvidar cargar la batería. No olvidar que somos electroadictos.
Para qué enmarcar nuestra imagen preferida en casa. Nada, te agencias un marco digital, le enchufas la memoria correspondiente y a ver miles de imágenes. No hay que elegir. Se acabó el fetiche. Mucho, que sea mucho.
Esta visto que vivimos en la fragmentación, en la locura de creer desarrollar muchas existencias a la vez. Y esta claro que avanzamos hacia la sociedad calidoscopio, zapping o hecha añicos. Nos representamos diferentemente en casa, en la calle, en el trabajo, en la Red, en vacaciones, en casa de nuestros padres, en el Metro o en cualquier lugar o situación. Total que somos muchos y de máscaras variopintas. Y no somos uno o una.
¿Esto es bueno? ¿Esto es malo? Ni una cosa ni otra. Bienvenido sea este raudal fotográfico-vital. Viva el documento a malsalva. Aunque el trabajo de postproducción sea enorme.
Casi imposible resulta saber quiénes somos. El "conócete a ti mismo" ha sido, y es hoy aún más, la gran ilusión ilusoria.
Con tanto archivo digital, sólo nos queda abrir la puerta de la esquizofrenia, entrar en la sala y comenzar a saludar, largo y tendido, a nuestros clones. ¿O somos clones de nuestros clones?, esos que al vernos nos dirán: "Quédate quieto ahí, que te voy a sacar una foto para el No-Recuerdo".
Charles Baudelaire, poeta
por
Nadar, fotógrafo.
Imagen captada en 1855.
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