CRÓNICA
Presentación del libro
Las cartas que debía
(Ediciones Vitruvio)
Rafael Soler
Con la intervención de
Pablo Méndez
Ramón Hernández
y
el poeta
6 de abril, 2011.
8 de la tarde
Asociación de la Prensa
Calle de Claudio Coello, 98
Madrid
Tras veinticinco años de silencio administrativo-literario, Rafael Soler resucitó en voz poética con Maneras de volver (2010). En este libro, el verso apuntaba hacia el renacimiento del hombre como poeta, y viceversa. Lo conseguía a través de un yo en lucha por manifestar y, a la vez, arrancarse la realidad: Permanezco en el hielo a solas con mi espalda / o / Yo escribía entonces versos falsos y rotundos.
En Las cartas que debía, Rafael Soler extiende el yo, lo comparte, lo convierte en tú, en vosotros, en nosotros mismos. Rafael es ahora poeta civil, aunque de poca proclama; con ese decir entre la metafísica fieramente humana de Blas de Otero y el pie de calle de Gabriel Celaya.
Y para cantar de este modo, como en Maneras de volver, Rafael desnuda el verso de la chatarra tipográfica de los signos de puntuación. Continúa con largo y alejandrinado verso, como un Rubén de último momento, de última isla mediterránea, como un César Vallejo de visiones transparentes, de códice inca, de isla del Apocalipsis, del París de los surrealistas.
Pero vayamos a la tarde de la presentación. El editor de Vitruvio, Pablo Méndez, asistió al acto lesionado y con muletas. Así se explica, en parte, su ausencia en la presentación del libro de Julio Santiago en Libertad 8. Como Mercurio motorizado, ha de suponérsele un accidente de las dos ruedas con motor. Desde este blog, le deseamos una rápida recuperación, por su bien y el de la poesía.
Pablo inicia la sesión diciendo que está muy contento de estar allí y nos recuerda el éxito obtenido por Maneras de volver, libro de muy buena suerte, bien vendido y que “galopa” hacia la tercera edición.
Observa el editor que, en Las cartas que debía, Rafael Soler ha trabajado mucho y que ya está bien de hablar. Y pasa la palabra al novelista Ramón Hernández, al que loa hasta situarlo en su altar narrativo junto a José María de Lera. Alaba de Ramón su obra Escrito en el muro. El novelista le corrige: Palabras en el muro.
Y da comienzo la presentación de Ramón Hernández. Nos cuenta del poeta noticias sacadas de prolijo y abultado curriculum. Es tal el aluvión de libros, estudios y premios que no le queda otro remedio que calificar a Rafael de “talento polifacético”. Y para remate de la semblanza o “trabajos de Hércules”, añade que es arquitecto, escritor, un tío alto y un poeta médium.
A continuación, Ramón Hernández pasa a leer la presentación, que para no extenderme la comprimo. Cita a Rilke y, con dicho autor de la mano, dice de la poesía de Rafael Soler, y de Las cartas que debía (o “poemario”; por cierto, palabra poco poética), que todo ello hay que situarlo entre el nacimiento y la muerte, entre lo bello y lo terrible, entre los corazones acogedores, pues su presentado es singular y dotado, metafórico, críptico, consciente, cultivador del sarcasmo, un tanto apocalíptico, de lenguaje sabio y meditado y algo así como un cacho médium. Dice tanto lo de “médium” que a lo mejor le sugiero a Rafael que me haga el horóscopo o me lea las cartas. Se echan en falta los versos de nuestro poeta para apoyar las palabras y argumentaciones del presentador.
Rafael Soler nos confiesa que, cuando estaba terminando en el 2008 Maneras de volver, le nacían poemas que se le iban quedando fuera del libro, aunque esto no impidió que siguiera escribiendo. Creo que, al igual que el primer verso le viene dado al poeta no se sabe de dónde, un libro se puede convertir en destino sin rechazo, y más en el caso de nuestro autor, que llena de mediterránea luz la triste enfermedad sin solución, la culpa, los encuentros, y también a las mujeres que pasan y a los que habiendo perdido todo ganan al final la partida.
Rafael, sigue confesándonos, tenía cuenta pendiente de cartas no escritas o enviadas. Como todos. Cartas pendientes o poesía epistolar sin acuse de recibo, porque sí, porque hay que viajar del tú al vosotros, del nosotros al yo, y volver a empezar.
Las cartas que debía es libro conformado por catorce partes epistolares, que devienen en setenta y seis poemas. He aquí breve y fragmentaria muestra:
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buscarás sin ánimo de lucro
los tenedores sagrados de tu infancia
el honorable altar donde pusiste todo
los pasos que con otros conducían
a los años perdidos de tu vida
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Si el cero es el silencio
la llave perfecta del olvido
un labio con niebla que nos besa
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No dejarás en nada huella
ni quedará tu voz entre las ramas
nadie hablará de ti después de tu silencio
ni tu nombre viajará de boca en boca
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En la segunda parte de la lectura, el poeta dice que va a salir del “tono tremendo”, y gira alegre hacia la amistad, el amor, el instante, el gin tonic y el bridis:
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Sobre la mesa el tarro
que guarda paciente tus cenizas
y un capazo arriba donde ponerlo todo
vivir sin gin tonic
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un gimnasio
para hacer de tu vientre un campanario
unas piernas salvajes muy cerca de las tuyas
que dicen perfumadas con su empiene
tómame
y renuncian al misterio descendiendo
en la próxima parada
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Un collar de perlas
para anudar tu cuello al mío
un lunar a lo Casilda un poco más abajo
una nalga hidráulica que todo lo permita
colmando inexpresiva mi apetito
una media celeste
un pezón al que no asuste su abandono
y una falda trágica
izada a más de más de lo más alto.
Y como remate de la lectura, el poema final del libro en presente futuro:
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Celebra con un brindis
cuando ahora pacífico se acerca
a la turbia alacena de tus ojos
bebe el vino templado que te ofrecen
haciendo de tu boca la jofaina
que guardará por siempre su recuerdo
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Aplausos.
Rafael Soler sabe amar y ser amado. Su generosidad le certifica y disculpa, pues es persona de mucho regalar en vida y verso. Pero me parece que ha pagado demasiadas epístolas, pues Las cartas que debía es libro menos meditado y más apasionado que Maneras de volver. Le falta cierto reposo temporal.
De todas formas, en Las cartas que debía Rafael Soler se encuentra lejos del ensimismamiento ombliguista, de la poesía esencial, desnuda y/o esquelética. Si bien a veces roza la denostada poesía de la experiencia, sabe escapar y centrarse en el momento compartido (en realidad es un “momentista”) a través del yo en el vosotros. Cual vallejiano o Bukowski sin hotel o Marilyn sin medias, quebrando largos versos en pleno asilo, manicomio, calle o amor. Versos que son proclamas sin reproche, sin grito apenas, para un mundo sincopado, rápido, distraído, egoísta, bello, rudo, en bruto.
FOTOGRAFÍAS
del acto
Mayte Pañeda
y
Rafa Montesinos
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