V
De cómo La Supramujer pasó de
dulce divinidad a tremenda infernalidad
Pintura de Viktor Lyapkalo
El mejor striptis jamás visto: Divina Rita despojándose de la sábana, peplo o textil similar; desnudo perfecto, de no ser por el ceñidor dorado de su cintura.
Sinuosa, me palpaba. El rito iba muy deprisa y, a la vez, lento-lentísimo. Enmarañado en aquel rebujo de sábanas, sentía toda su viva carnalidad. Tiraba de mí obligándome a juntarme más, aún más, a los senos más firmes que leyeron mis manos, a la esfericidad húmeda de aquel magno culo respingón.
Mis besos, en líquidos pasos de animal olfativo, iban peregrinando circularmente desde sus labios del norte a los del sur. Aquel olor. Aquel vivir la más perfecta fornicación. Aquel pecado puro, gozoso, irrepetible. Como si el amor fuera sólo la carne de la primera y única vez.
Pude desmayarme, pero contesté y metí la pata, que no lo otro. Aunque ese error me salvó.
Al principio todo fue como en
una bonita película
-¿Crees que soy vieja?
-Ni mucho menos. Además, para tus años…
-Entonces, ¿no te parezco joven?... ¿Tú crees que estoy gorda?
Tendría que haberle dicho, en plan castizo y cachonduelo, que era la jamona más estupenda y serrana que me había echado al cuerpo. Sin embargo, quise ser galante, imitar al Marqués de Bradomín, desviar finescamente las preguntitas:
-Eres preciosa y me encanta admirarte con este ceñidor dorado, pues pareces una ninfa.
-¡¿Cómo que una ninfa?! Querrás decir una diosa.
-Las ninfas no están mal. Hay algunas bellísimas. Sólo basta contemplar las pinturas de los grandes maestros, como Tiziano, Rubens…
-¿Rubens? Me acabas de llamar gorda. ¿Tú te crees que mi mágico ceñidor es sólo una faja para rollizas, que tengo tripa?
Me eché a reír y ahí se armó, pues aquella mano de largos dedos imposibles se transformó en puño de hierro, que percutió en mi cara. Acabé en el suelo de la habitación. Después, me agarró de los pelos y me sentó de nuevo en la cama.
El puño de hierro se hizo entonces garra de acero, con la que me sujetaba, cual muñequito, del cuello. Si no le hubiera tocado su enser femenino, habría creído hallarme ante transexual forzudo.
-Ahora harás lo que yo te diga. Quiero que te corras en mi vagina o en mi boca.
Lo que a otro hombre le hubiera excitado aún más, a mí me provocó un enfriamiento repentino. Por muy acojonado que estuviera, no quería, ni podía, ser un donante de semen a la fuerza. Conclusión: la erecta verga hízose piltrafa.
Sin embargo, la anteriormente adorable y reeditada Rita Haywoth, no estaba dispuesta a perderse la ingesta de mi eyaculación. Me la chupaba con arte de vibrante lengua de víbora y temía su furioso mordisco.
Intenté zafarme y me gané otro bofetón que me dejó casi inconsciente. Oía a lo lejos un balbucir de palabras e imprecaciones, que luego supe que eran en lengua griega antigua. Mientras, mi pobre polla retraída era friccionada cual caña de zambomba para danza infernal. Qué lejos quedaba ya su magnífico y magroso contoneo. Estaba claro que mi gatillazo promovía aún más el furioso quehacer de aquella bestia de incendiados cabellos:
-Treinta años de estatura en el Oráculo de Google para volver a la carne y dar con un imbécil mortal de seca fuente. O te corres ya mismo o vas a saber lo que es bueno.
Terrible visión
Cada vez que intentaba resistirme, me ganaba un nuevo y rudo golpe. Por fin, me desmayé.
Me desperté ensangrentado y pensando que había llegado mi hora. Aquella Rita de los demonios me amenazaba con un garrote que dejaba pequeño al del Rey de Bastos.
-Tú ya no me sirves.
Bonito servicio de habitaciones. Quise rezar y de mi boca salieron una tras otra las coplas de Jorge Manrique. Ante mí, se mostraban terribles representaciones de tortura y dolor infinito. Qué extraña se hace la vida a las puertas del final. Raros balidos percutían en mis oídos. ¿Así suena la muerte cuando se aproxima?
Dibujo de Franz von Bayros
De repente, gran estrépito se adueñó de la habitación. Un rebaño de cabras enloquecidas luchaba con la maléfica Rita. La mordían en los pechos, en el culo, en el sexo. La corneaban. Le clavaban las pezuñas. Indudablemente había pasado a peor vida y estaba en el infierno, y a buen seguro que las terribles cabras me torturarían después a mí.
Pero el estrépito se hizo silencio y oí la voz del cabrero sabio:
-De buena se ha librao.
(CONTINUARÁ)
jajaja, la frase del final ha servido para arrancarme la primera sonrisa del día. Genial! Muaks, Akhesa
ResponderEliminarMe alegre, mi querida y linda Akhesa, que la literatura sirva al menos para empezar bien la jornada. Muchos besos.
ResponderEliminarRafa