ACCIÓN DODÓ-DADÁ
Narración
Ana Mª Cuervo de los Santos
y
Daniel Bolado
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Textos leídos
el
Miércoles 18 de mayo, 2011
19, 30 horas
CAFÉ LIBERTAD 8
C/ Libertad 8
Metros Chueca y Banco de España
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Segunda entrega
Grabado Siglo XVII
LOS GEMELOS DÜLFER
De Dülfer el alpinista, se decía que no escalaba, sino que acariciaba la roca. Acoplaba el tacto a sus formas caprichosas hasta encontrar los resquicios más ocultos y hondos en la cumbre, ahí donde todo desaparecía y comenzaba lo que no se podía escalar.
El hermano gemelo de Dülfer vivió en una barca desde los catorce años. Fue el barquero que permitía cruzar el río de su aldea. Transportó con el cura todos los bloques de piedra de la iglesia, pero jamás entró en ella. De él decían que tenía ojos de pez y que le daba lo mismo una orilla que otra. A los que abordaban su mundo les soltaba: “Aquí, hace mucho que los puentes sólo sirven en los sueños, usarlos de verdad parece más cosa de animales que de humanos. Es una pena, ya no hay abrazos ni reencuentros en tierra de nadie”.
Fotografía anónima
LA VENTANA OCULTA
En una isla remota, hay una vieja que no hace otra cosa en el día que abrir milímetro a milímetro su ventana hasta que llega la noche y comienza a cerrarla poquito a poco esperando el amanecer.
Se parece al ciempiés, que hace siempre cien veces lo más sencillo, como dar un paso.
Daniel Bolado
Pintura de Brueghel El Viejo
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EL HUEVO DE AVESTRUZ
La señora de la mano vendada llevaba en la opuesta un plumero. Las puntas de sus zapatos se habían aplastado por el peso de la luna. Colocada detrás de algún paseante que había salido de su casa para comprar luz de lluvia con la que sazonar el cocido, le limpiaba la caspa de los hombros. Algún paseante se daba cuenta de que le limpiaban la caspa de los hombros porque indefectiblemente percibía el silencio de las plumas de avestruz al sacudirse. Algún paseante se sentía tan agradecido que solicitaba amistad a la señora de la mano vendada, que nunca ignoraba a nadie. Siempre les regalaba como agradecimiento a su petición un rollo de papel para las paredes con caballitos de mar. Así sucedió con el señor Pérez que llevaba hilos en los bolsillos para atar a las mariposas y prenderlas en el ojal. El señor Pérez era alérgico al sol y se cubría con una sombrilla que compró en Nueva York a un geisha retirada. Una vez el señor Pérez se olvidó la sombrilla en un taxi. Murió. Su enterramiento resultó imposible porque sólo quedó de él su ropa empapada en un charquito. La señora de la mano vendada recogió el líquido bermejo con una esponja y la arrojó al Canal de la Mancha. Allí se encontró con el señor Johnson, un marinero que había surcado los Mares del Sur. Ahora estaba retirado. El señor Johnson, que había cruzado los Mares del Sur, suplía su calvicie con largas barbas donde se aposentaban numerosas llaves exiliadas de países varios. Las llaves eran de diversos materiales: mármol, madera, espuma, cristal, etecé. El señor Johnson, el marinero tenía un bonito juego de té que él mismo había creado con erizos de mar. La señora de la mano vendada tomó té verde con el señor Johnson. En aquel preciso momento, trescientos sesenta y cinco jarrones de porcelana china se precipitaron voluntariamente desde sus vitrinas en París. Aunque el té estaba algo caliente, la señora de la mano vendada decidió que se quedaría allí una larga temporada.
Ana Mª Cuervo de los Santos
Pintura de Iván Fernández-Dávila
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Grabado principios del siglo XVIII
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