sábado, 23 de octubre de 2010

Metol4 te informa líricamente. Antonio Fernández Spencer.

                                        ANTONIO  FERNÁNDEZ  SPENCER


   Nació en Santo Domingo el 22 de junio de 1922. Poeta y crítico literario. Obtuvo su doctorado en Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca.
   Vivió en España durante seis años, donde fundó, junto a los poetas Rafael Montesinos, Ernesto Mejías Sánchez, José Caballero Bonald y Eduardo Cote Lamus, La Tertulia Literaria Hispanoamericana.
    Fue el primer poeta hispanoamericano que recibió el premio de poesía Adonais, en 1952, con el libro Bajo la luz del día. Desempeñó funciones diplomáticas en países europeos e hispanoamericanos.
   En 1988 fue designado Director de la Biblioteca Nacional de Santo Domingo, institución que dirigió durante años. Murió en Santo Domingo el 10 de marzo de 1995.
    Es un poeta que merece ser leído y cantado. Muy personal y de hoy es su visión de la muerte. Búscalo en Interleches. Te puede cambiar los esquemas poéticos. Te puede afinar el oído y el corazón.




                                         LA  MUERTE

                           La muerte viene, sí, con resplandores,
                           con el hueso del hombre de la esquina;
                           trae las discusiones del periódico, la política
                           y el nudo aquél del vino
                          que ahogaba, a voces, al gendarme.
    
La muerte viene hoy, ejemplar, enérgica
en el desgarrón de este mi solo traje;
se le cayó un botón a la dulce camisa de mi amigo
y en él la muerte estaba, sudorosa,
con su cálculo máximo, matemática,
comiéndose al botón,
las coles, las manzanas de esta venta.

Y las pobres mujeres, los soldados,
la vieron tercamente pararse en las esquinas
y decirles: “No hay paso para ustedes”,
enseñando su cuerpo de hojas secas,
sus huesos sin milagros, su alma seca.

La muerte se ha metido en los teatros
,
en los taxis de agosto, en el invierno puro de diciembre,

en las relojerías donde fabrican el tiempo de las gentes,

en la Gran Vía. Allí comió muchachas ejemplares,

dejó un hueco, no notado por nadie.

Quemó un verso, purísimo, en el aire.

Se sentó en «California»; comió helado.
 

 La muerte está de fiesta en la taberna,

donde quema gitanos, donde bebe un coñac extraño, extraño, 

donde se toca el beso y la palabra

y allí se abre los pómulos del amor,

la sangre, los ruiseñores tímidos, las hojas

y el cigarrillo ardiente como un beso.

La muerte está en pie, conversa con el hombre,

lo sostiene, le da el sentido de las cosas;

le dice: «recuerda que soy,

que soy tu amiga inolvidable,

intransferible, tuya, como tu sudor,

o la fuerza de tus ojos, o tu palabra. 

Sufro, me bebo el vino que tú bebes.

Me bebo el llanto que tú bebes.

Que soy tan tuya como tú,

como tu carne o la podredumbre lenta de tus huesos».
 
Y así habla la muerte, todo el día
,
y su palabra tumba hojas, llantos, besos,

deja el amor quemado en cada puerta de madera.



                                                                     Antonio Fernández Spencer
                                  
                                                            (del libro Bajo la luz del día,  1952)


De izquierda a derecha:  A.F. Spencer, Julián Ayesta y     
                                                                                               Rafael Montesinos


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