METOLCUATRO
II SESIÓN
Verso e Imagen
La
Noche en blanco y negro 1
Proyección fotográfica
de
Brassaï y Weegee
Por
Mayte Pañeda
y
Rafa Montesinos
Con fondo de lectura lírica
a cargo de
Joaquín
Cónsul
Bárbara
Butragueño
Marga
Clark
Ana
Mª Cuervo de los Santos
Federico
Leal
Miguel
Losada
Javier
a Palo Seco
Miguel
Montesinos Pañeda
José
Mª Ponce
Julio
Santiago
Juana
Vázquez
Ricardo
Virtanen
****
Sábado 24 de noviembre
22:00 horas
C/ San Pedro, 6 Bajo interior
MADRID
El sábado 24 de noviembre
Metolcuatro inicia, dentro de las sesiones de Verso e Imagen, la sección La Noche en blanco y negro.
En esta primera jornada nocturna, Brassaï y
Weegee aportarán sus imágenes para que doce poetas nos lean sus
disquisiciones líricas, narrativas o dramáticas sobre la Noche.
De Brassaï y Weegee
les contaremos también cosas que, a lo mejor, no saben, pues son vidas
paralelas unidas no sólo por la noche y su captación fotográfica.
Vaya como adelanto algo que
podremos ver, unas fotos, y algo que
podremos escuchar en verso o en prosa:
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
ESPERA SIEMPRE
La muerte espera siempre entre los años
como
un árbol secreto que ensombrece
de
pronto la blancura de un sendero
y
vamos caminando y nos sorprende.
Entonces, en la orilla de su sombra,
un
temblor misterioso nos detiene:
miramos
a lo alto y nuestros ojos
brillan
como la luna, extrañamente.
Y, como la luna, entramos en la noche
sin
saber dónde vamos, y la muerte
va
creciendo en nosotros, sin remedio,
con
un dulce terror de fría nieve.
La carne se deshace en la tristeza
de
la tierra sin luz que la sostiene.
Sólo
quedan los ojos que preguntan
en
la noche total y nunca mueren.
José Luis Hidalgo
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
CIERTAS PLANTAS
En las noches frías, los gatos del
callejón nacen negros, ciegos, listos y sin nombre. A los pocos atardeceres, ya
saben dónde están las madrigueras de los ratones, los bajos de los coches;
saben dónde nace el agua tibia que sale de las cañerías. Sus madres no suelen
ejercer como tal y enseguida les enseñan los dientes en vez de las ubres. En las
primeras semanas, los más atontados mueren de hambre y los más intrépidos
acaban siendo calcomanías en la calzada. En el término medio, se encuentran los supervivientes que cuando llega la
oscuridad, maúllan, escalan muros y acechan en las esquinas.
Uno de ellos, acabó encontrando un
agujero tan negro como él. Su valentía o su imprudencia le llevó a meterse en
él. Al fondo, descubrió un color que le era desconocido: el verde. Conocía el
gris de las aceras, el rojo de la sangre, el pardo de la noche. Al entrar,
recorrió un jardín lleno de flores coloridas, de hiedras que se enredan en las
casas, de farolillos que adornan las esquinas. Polen en el aire, eterna
primavera. El gato observó también una casa descomunal, excesiva y acorde con
el jardín que la colindaba. Las ventanas permanecían oscuras y sólo de vez en
cuando se adivinaba una sombra que vagaba por la planta baja.
Pasaron los días y el gato se
comenzó a acomodar. Ya casi no escalaba, no corría, no comía. Solo bebía agua
de las macetas y se tumbaba a la luz de la luna. Un día al caer la noche, un
hombre con la cara difuminada salió de la casa y comenzó a regar las plantas.
También las tocaba, les decía lo guapas que estaban. Cuando llegó a la altura
del gato, lo acarició y le empezó a hablar con voz embelesadora. Seguidamente,
se metió en la casa y volvió a ser una sombra detrás de una ventana.
Tras ese incidente, el gato
comenzó a buscar con desesperación el agujero por el que había entrado al
jardín. Poco a poco, sintió como su cuello se volvía rígido. Sus patitas
empezaron a clavarse en el suelo y de sus bigotes surgieron ramas y flores
rosas. Poco después, empezó a oír un murmullo. Eran las plantas las que hablaban.
Una decía que antes había sido pájaro; otra, el perro del panadero; la de más
allá, un niño que vendía el periódico por las esquinas. También hablaban del
hombre de la cara difuminada. Todos le temían, nadie le amaba. Una enredadera vieja
decía que no es humano ni tampoco planta. Solo una sombra que sale por las
noches y atrapa a todos los que osan a entrar en el jardín. Los embelesa, los
riega, los atrapa. El antes gato, y ahora rosal, fue cerrando los ojos y
abriendo las ramas, para seguir oyendo las verdades que por las noches decían
ciertas plantas.
Miguel Montesinos Pañeda
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
Voici
le soir charmant, ami du criminel;
Il vient comme un complice, à pas de loup; le ciel
Se ferme lentement comme une grande alcôve
Et l'homme impatient se change en bête fauve.
Il vient comme un complice, à pas de loup; le ciel
Se ferme lentement comme une grande alcôve
Et l'homme impatient se change en bête fauve.
-Le crépuscule du soir-
MISFIT
La bestia acecha agazapada y timbra de improviso como esos sonajeros de
viento colgados de los porches. Esa bestia negra que cada vez más a menudo me
tienta, que irrumpe en medio del sosiego, indiferente y segura de sí como quien
- sin haber sido invitado - se hace el dueño de la fiesta. Es entonces cuando
debieran anestesiarme para domeñarla porque me asusta cuando extiende su red y
me amordaza enloquecida de ira. Y me ordena que golpee al viejo carcamal
hediondo de mi vecino, al niñato que escupe un chicle en el suelo del metro, al
mamarracho infatuado de mi oficina o a la histérica del quinto que aúlla en el
ascensor cada vez que coincidimos. Sé que los asesinaría sin parpadear. Pero
una constelación me detiene, un acuerdo entre voces poderosas paraliza mi mano
como la de Abraham. Y digo por ejemplo sonriendo: señora ¿va usted a apearse?
En lugar de decir lo que pienso y mi ceño delata: ¡apártate gorda asquerosa… que voy a salir! Me aterra porque no sé hasta cuándo podré
domesticarla, aunque también me susurra embaucadora cuando juntos salimos de
paseo y recita como el sabio explorador de los burdeles: He aquí la noche encantada, amiga del criminal. La que llega como un
cómplice a paso de lobo. Así, el cielo se cierra despacio como una alcoba
nupcial y el hombre impaciente se vuelve fiera.
Federico Leal
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
La noche me golpea
y me enseña su boca granate
de cenizas negras.
La noche me llama y me araña
me entumece y me desasosiega.
La noche me arrincona
me mira y me incendia con su sed.
Y en la hora más blanca
me abandona en mi grito
de muérdago derramado.
De Del sentir invisible, 1999
Entro
en la noche
tanteo su oscura tiniebla
desciendo hacia su centro
bajo mas lento
más profundo
cierro los ojos
me ciega su fulgor.
Quisiera ver por primera vez.
De Luzernario, 2012
Marga Clark
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
Miro
a
tu
entrepierna
y
sólo
veo
comida.
Julio Santiago
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
DILEMA DE LUZ
Aquí, próximo al mar,
a un paso de lo más azul del cielo,
mis pasos son el centro,
aquel centro de lo que no se ve,
interior, muda
de una postal oscurecida al sur,
junto a sus ojos y la noche.
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
Los gatos negros corren entre los pies de la noche
tienen las llaves de las cosas ocultas
que se desenredan entre milenios verticales de
sueños
en zonas de vida no escritas.
¿Acaso somos sueño de tu Sueño de alturas?
¿Sólo medio ojo invisible?
¿Palabra dislocada y puta?
Ruinas de araña soplan en el sueño-viento del día.
Déjame sola sentada entre la luz y el humo de la
noche
no me lleves hacia el murmullo de las albas oscuras…
allí la dicha suena a ignorancia y a sombras
y su voz se me abre en el abismo de pozos
donde se deshace la justa palabra
y brota el silencio opaco de la puta palabra.
Juana Vázquez
***********
Quizá
sea por el blanco inflamado
de
la página o tal vez
por
tanta hartura
de
folio tras folio
pero
a veces
cuando
la noche se agita
como
un ciempiés
entre
las manos
y
yo la clavo en la mesa
con
dos o tres alfileres
y
hago del insomnio oficio
y
con resignada obligación
me
bebo los tratados
y
los códigos
entonces
cuando
a la noche
se
le hincha pecho
como
un animal
caliente
y aturdido
puedo
verlos
uno
tras otro
en
rápidas sacudidas
como
decenas de bombillas estallando
dentro
de mí
prendiendo
pequeños fósforos
en
puntos equidistantes
y
al momento tengo cinco
o
siete años y estoy agarrando el pomo
oxidado
de una puerta o durmiendo
en
un salón y siento cada olor cada minúsculo
detalle
de ese día que mi mente ha olvidado
sin
contemplación alguna
y
entonces advierto
que
la memoria es como una mujer
de
caderas grandes
que
arrastra un abrigo roído y marrón
y
siempre se está marchando
o
quizá se trate de un
pequeño
tumor incrustado
en
mi lóbulo frontal
algo
que la noche agita sin descanso
como
una maraca vieja
algo
que me permite recobrar
lo
vivido y vivirlo de nuevo
de
esa manera tan pura
aunque
sea
fugazmente
con
la triste claridad
del
moribundo.
Bárbara Butragueño
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
INSOMNIA EN
PROSA
Me despierto inquieto en medio de
la noche con los puños crispados y una dolorosa erección entre las
piernas. Trato de capturar las imágenes borrosas de un sueño que se
escapa. Una mujer desnuda y sin rostro, o tal vez cubierto por una máscara, puede
que incluso amordazado. Las facciones, si las hubo, se deshacen en un niebla
espesa.
Me giro en la cama. Ella respira
pausadamente y alcanzo a sentir su aliento todavía fresco. El tiempo parece
quedar suspendido, esperando que algo suceda. Estiro el brazo y, con una medida
brusquedad, la agarro por la nuca y entierro su cabeza bajo las sábanas. Por un
instante se revuelve, pero antes de que pueda decir nada ya le he metido la
polla en la boca. Al principio no hace prácticamente nada, como si le hubiese
colocado un chupete innecesario. Después, cuando al presionar con más fuerza mi
polla choca contra su garganta, percibo un amago de arcada y su ritmo se vuelve
más intenso. Noto sus ligeras e imprecisas dentelladas, la
saliva caliente resbalando por mi vientre, el olor denso del sexo y del olvido.
Todo termina con la misma rapidez
con la que empezó. Ella se incorpora levemente lamiéndose los labios. Intuyo
una sonrisa que la oscuridad me impide ver. Se recuesta de nuevo, pone la mano
en mi pecho, y en un instante se queda dormida.
Yo me quedo quieto, destrenzando los pasajes del sueño perdido. Y así,
preguntándome quién se esconde tras el cuerpo sin rostro, espero que llegue la
luz de un nuevo día.
Javier a Palo Seco
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
Foto: Brassaï
La nieve descubre nuestras huellas.
Nos escondemos en la gruta
y la nieve borra nuestras huellas
a los ojos de los cazadores
de la memoria,
aunque hayamos dejado los
regueros de sal
y las coccinellas devoren
los últimos ácaros del corazón.
¿Traerás la guillotina para
las estatuas de los nobles atenienses
caídos en desgracia? Oh,
sí, no abandones las ruinas,
porque allí la nieve deja
sin huellas
las últimas residencias del
deseo.
Y cuando pruebes la final
bala en el cerebro
o el filo del bushido en tu
corazón,
dime, dime, sueño nevado de
Alice dónde he enterrado
los cadáveres de mis más
queridos y amados recuerdos.
Joaquín Cónsul
Foto: Weegee
¡OH, CUERPO!
Tú, cuerpo, soldadura inconexa,
con el tiempo inundada
por rechinos de pústulas
y enfermedad,
por posos de horas
inacabadas fluyendo
a lomos de rencores,
avaricias y miedos.
¡Oh, cuerpo débil, de
una nada oteador sin principio ni fin!
¡Oh, cuerpo orgulloso,
precipitado
en sordas corrientes de
vísceras y sangre!
¡Oh, cuerpo malhadado,
máquina inútil,
un día las torpes
ligaduras se romperán
Y, acaso, entonces, el
alma suelto el lastre respire,
o, acaso entonces, tu
soberbia la arrastre
a un nicho anónimo y
mortal: sin luz ni eternidad.
Ana Mª Cuervo de los Santos
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
Delante de mi casa
hay un profundo
pozo.
A veces, por la
noche,
desciendo
a sus entrañas.
En medio de la
sombra
tiento un árbol
Y leo en su corteza
el origen del mundo.
Miguel Losada
Foto: Brassaï
Foto: Weegee
Los
ojos se me cierran y no puedo
atarme
al sueño de las horas muertas.
Despertar
es peor, cuando despiertas
ya
estás atornillado con el miedo.
Una
luz en la noche dice adiós
y
en un instante el beso se hace amargo;
donde
hay dos hay dolor y sin embargo
la
vida sólo empieza donde hay dos.
Debo
tener los ojos tan abiertos
que
despierto insepulto, y es la vida
una
disposición entelerida:
hay
despertares que producen muertos.
(Fragmento de Por Mor)
Luis Rosales
Foto: Brassaï
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