jueves, 21 de abril de 2011

Pornografía. Escritos viajeros (8). Del agua rabiosa, el tabaco y la ceremonia en la gruta



VIII
Del agua y la tierra
revueltas, del tabaco
y 
de la ceremonia en la gruta
del Monte de Senux







Dibujo de Francesco Clemente



Dibujo de Francesco Clemente






   Primera bofetada de los dioses del agua y una ola telón se tragó el puerto. Primer zarpazo de los diablos submarinos y una segunda ola devoró el pueblo. Después olas y olas con dientes, con estómagos profundísimos.

   El agua escalaba las pendientes, amenazando el Monte de Senux. Mientras, la lluvia se hacía más intensa, propia de un monzón cruel. Los barcos, los coches, los árboles, las casas, cualquier cosa pesada o aparentemente anclada en la tierra se sumergía o flotaba. Y ni rastro de los seres humanos.

   Jamás me había sentido tan idiota y tan inútil agarrado, como estaba, a la bolsa de viaje. Tontamente pensando si se me mojaría o no el ordenador portátil. ¿Había ido a esta isla para comprender lo que es la pornografía o a morirme? ¿Por qué las mujeres y sus canes seguían fornicando? ¿Por qué su quehacer sexual se volvía más y más frenético? ¿Para qué les gritaba Milton que dejaran de follar, que la montaña se estaba deshaciendo?




Cerámica griega. Ática




   ¿Es mejor que la muerte nos pille de juerga, gozando? ¿Los mitos nos avisan? ¿Los mitos se repiten? ¿Hay que hacerse mil preguntas absurdas, pero reales, o pedir perdón por unos pecados que no importan a nadie? ¿Es preferible pensar en la muerte o tener unas terribles ganas de fumar?
                                             
   -Oye Milton, ¿tienes tabaco?

   -Rogelio, sabes que no fumo.

   -Pero siempre has cuidado el vicio ajeno, sobre todo el de los amigos.

   -Algo tengo. Te daré un cigarrillo cuando lleguemos a esa roca.

    Comenzamos a subir a gatas, resbalando constantemente. La tormenta se lleno de rayos, de electricidad. Estábamos solos. Ascendíamos agarrándonos a los matorrales, a los troncos de unos delgaduchos pinos, a cualquier cosa aparentemente fija. En aquellos instantes, sólo quería vivir para fumar. Qué tontería haber dejado el tabaco hacía dos años.



Cerámica griega. Atenas.







   Bajo la roca, tras unos tablones de madera, encontramos una entrada. Sin dudar nos metimos y atravesamos un estrecho pasadizo, iluminándonos por una linterna que Milton se había sacado  del zurrón. Fuimos descendiendo hasta dar en una gran gruta abovedada, que innumerables lamparillas de aceite iluminaban.

   De la nada surgió un sonriente enano en atuendo de pintor barroco:

   -Síngame, por favor.

   Obedientes y sin hacer preguntas, fuimos tras él. Rostros fijos y secos nos observaban en silencio, el cual fue roto por un cantar en letanía, que me sonaba a lengua antigua o a la jerigonza de una ceremonia peliculera de sacrificio. El enano nos indicó que nos detuviéramos. Nos abandonó y se unió al coro.

   -Creo que están cantando en griego clásico, me suena a Eurípides. Dicen algo sobre la venganza de los dioses, la regeneración y el sacrificio para calmar su ira- dijo Milton.

  -Pues espero que no nos sacrifique a nosotros.

  -No digas tonterías, Rogelio.

   Tuve ganas de reír y creo que Milton también, pues, tras el canturreo litúrgico, aquellos extraños seres, entre los que identifiqué a la vieja del burro y a ciertos lugareños, se despojaron de sus vestimentas.

   Desnudos todos, se arrodillaron alrededor de un círculo, formado por ramas y troncos para ser prendidos, y comenzaron a clamar palabrejas bien acompasadas.

   La vieja del burro, que se movía con más agilidad que una bruja de Goya, empezó a trazar círculos alrededor de la pira con un largo y retorcido báculo. Entonces, un isleño musculoso la prendió al instante. Las llamas iluminaron la gruta, proyectando amenazadoras sombras sobre las paredes y la bóveda.

 Una enigmática y bella mujer antigua, metió la mano en la hoguera. En vez de quemarse, sacó una enorme serpiente, seguramente una pitón, que se enroscó al cuello. En diferentes lenguas, supuse, esta sacerdotisa repitió una enigmática frase:

   -Ha llegado la hora. Hay que estar preparados, pues el tiempo regresa del olvido.




 Así era, más o menos,

la sacerdotisa de la pitón








   Los despelotados acólitos, girando alrededor de la hoguera, murmuraban lo dicho por la sacerdotisa, a la vez que iban echando diferentes y olorosas materias.

   -Me estoy mareando; tengo sed.

  -Y yo ganas de fumar- le respondí a Milton.

   La atmósfera estaba cargada de humedad y de esencias en combustión, como si estuvieran humeando cien botafumeiros en el día más lluvioso del siglo.

   De la nada volvió a surgir el sonriente enano, esta vez en cueros vivos y  con gran longitud de miembro viril, pues estaba empalmado cual priápico monstruo de película porno.

   -Tranquilidad, amigos. Aquí están a buen resguardo. Nada les ha de faltar. Sígame.

                                               (CONTINUARÁ)





Fresco pompeyano.
Así se puso, más o menos,
el enano en cuestión.



Rara fotocomposición que
me había entregado el sabio cabrero
y que encontré en mi bolsa al buscar tabaco




Rara Fotocomposición II

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